miércoles, 25 de marzo de 2020

DEL PROPÓSITO DE LA TERAPIA


  DEL PROPÓSITO DE LA TERAPIA     
                                                

“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. 
(Julio Cortázar (Rayuela)


Ando preguntándome mucho estos días; al mismo tiempo, ando respondiéndome también, y de una manera muy diferente a tantas otras veces en las que las preguntas se me escurrían entre los dedos, y la prisa, y el teclado del móvil, y el reloj, que no perdona.

Las preguntas en este tiempo cobran un sentido muy distinto. Vivimos en el estado del bienestar en el que casi todo lo que nos preguntamos tiene una respuesta. Y si no la tiene, alguien se la inventa. Casi todo tiene un propósito, y este propósito, a menudo, nos viene dado. No cabe en esta fórmula la quietud, la espera, soportar la incertidumbre, otorgar lugar a la duda. Y es que vivimos en una sociedad en la que todo viene manufacturado, programado, con instrucciones en papel, o en su defecto, prospectos en internet, foros, artículos científicos que aseveran y artículos de divulgación sobre la ciencia, que convencen y crean tendencias. Y en toda esta marabunta de productos acabados, vamos perdiendo de a poco, o de a mucho (según como se mire) nuestra capacidad de sostener la incertidumbre, la capacidad de imaginar, de explorar desde lo pequeño hasta lo inmenso, el silencio, la escucha…es esta cultura de la inmediatez de la que algunos hablan, y que en estos días cobra un protagonismo inevitable. No puedo más que sorprenderme del intento que percibo en las masas, primero desde una fase maníaca y habrá que ver lo que viene después, de querer creer que no pasa nada. Me llegan algunas palabras que se hacen su hueco entre tanto meme, y tanta risa (que por supuesto un poco siempre es bienvenida) que hablan de asumir la tristeza y la rabia, de transitarla, de dejarla entrar. Y este discurso yo ya lo compré hace tiempo, así como el del arte como vía para canalizar todo este asunto de semejante envergadura. Pero me sigue faltando algo en la ecuación, y me di cuenta hoy de que me falta porque no estaba mirando en el lugar adecuado.

Y ayer lo vi claro. Ayer, después de dejar salir la rabia y la tristeza, conscientemente, en un ejercicio de dirigir mi atención a este poner afuera lo que había dentro, me pregunté, ¿y ahora qué? Porque todo indicaba que tocaba “volver al lío”. Ya te has vaciado y ahora…a llenarse otra vez de tareas, de mensajes, de planificación…, algo empezó a descuadrar en mi cabeza, que tantas veces intentaron moldear cúbicamente. Pero afortunadamente vino una curva, un trazo, un desvío en el camino que me devolvió una respuesta diferente: descubrí un caracol entre las malas hierbas que andaba arrancando, y luego otro, y otro más, y de una manera casi hipnótica, me detuve a mirarlos. Simplemente a mirarlos. Y al poco (o al mucho) se unió en esta aventura mi hija, que tiene 4 años y muchas menos estructuras programadas que yo. Y allí nos detuvimos juntas, a ratos en silencio, a ratos con preguntas, mirando el caracol que surcaba una piedrita (para él inmensa), otro que trataba de subir al escalón, otros cuantos como abrazándose o protegiéndose, y así…muchos más. Y entonces vino una de estas respuestas tan distintas de las que hablaba anteriormente, y vino, porque mi pregunta no estaba programada, no necesitaba ser respondida, no busqué la respuesta que me confirmara o me calmara, simplemente estuve allí, disponible, entregada, a la escucha del caracol, de mi hija, y de la piedra. No tenía ningún otro propósito más que estar allí, en todo el esplendor de ese gerundio, en lo infinito del tiempo cuando se le sabe así, inacabable, como el tiempo de los niños. No había ese inmenso río divisorio que separa a los adultos de los niños. Ambas estábamos allí, ella en su niñez y yo en mi adultez, pero compartíamos un espacio único, sagrado, un espacio que como en los textos te Cortázar tenía su propia identidad, y estaba a nuestro servicio, a nuestra curiosidad, nuestra paciencia, nuestra capacidad de interiorizar.

Y la respuesta que obtuve tiene que ver con mi profesión, que es vocación y pasión al mismo tiempo. Esto es lo que hacemos los psicoterapeutas; esto que nadie hace. El paciente llega, con su miseria y su prisa, con su necesidad de respuestas, de ser confirmado o amado, legitimado y contenido, bendecido o diagnosticado. Sin embargo, uno de nuestros mayores retos, es empezar por estar. Liberarnos de preguntas y de juicios, de manuales y de etiquetas, de relojes y de abismos. Y en la terapia permitimos la incertidumbre, sostenemos las preguntas para la que aún no hay respuestas, construimos a tiempo de caracol (tan necesario) el surco para transitar cada uno su piedrita. No hay palabra que no sirva, o mueca que no encuentre su lugar en el tiempo de la terapia. Y no sé si se alcanza a entender que es extremadamente difícil sentarse delante del otro y empezar por asumir que “aún no sé nada” y que lo que sepamos ahí dentro, (el espacio terapéutico), lo vamos a construir, a aprender conjuntamente, terapeuta y paciente, caracol y piedrita, niña y adulta. Y el reloj se convierte en cangrejo, y nos convertimos en un regazo enorme en el que puedan dormitar no solo la rabia o la tristeza, también la duda, la incertidumbre, la conciencia de ser, el miedo de no ser. Y este regazo se mantiene en el tiempo, porque paciente y terapeuta asumen y entienden la importancia. Y el terapeuta, con vientre de madre y brazos de padre, con ilusiones de compañero y espejismos de futuro, y con todo su ser y su saber acuna y sostiene el dolor, la incertidumbre, la miseria y el pan de cada día.
                                             Cristina Parra Vañó  (Psicóloga)

1 comentario:

  1. Tu reflexión es tierna, profunda, sencilla, desnuda al ser humano que llevamos dentro, llena de calma y fotografía con la inocencia y sinceridad de un niño lo que esperamos de vosotros, los psicólogos, los que escucháis con el alma para conectar con nuestro sufrimiento. Gracias Cristina.

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